LOCOMOTROVA nació como un colectivo de canción de autor o canción poética, en 2002. Pronto sumó a sus voces fundadoras otras, desde diferentes expresiones artísticas. Ha montado acciones de arte en varios escenarios del Ecuador, recitales de canción, de poesía y experimentos poético-musicales. Sus miembros han dado a luz libros, discos y otros productos como registros de sus respectivos proyectos y del grupo.

martes, 31 de julio de 2007

Homenaje a la poesía que calló


Que el susurro se haga grito!


Carolina Patiño (1987-2007) se colgó del universo. Tomó su cuerpo y lo puso de revés para ver de frente a la poesía. Acá los relojes y los papeles, allá el Uno por el cual la palabra sigue gateando ante el silencio magnánimo. Ella, allá y acá, cuando su paso adquiere nuevos colores y nuevas sonrisas abriendo trecho entre la maleza sabia del dolor. Por ella y por la poesía, este grito tribal, circular. (Locomotrova)

ATRAPADA EN LAS COSTILLAS DE ADÁN
Mientras el doctor Dios
usaba su mágica anestesia
y abría tu ser
yo arrancaba de ti
mi ingrediente principal
Caminé desnuda en el paraíso
por primera vez
sin compañía de mi cadáver
Adán que solo existía
para provocar a mis ojos
desde que el gran maestro
lo dio de alta,
gritó fuerte
y escuchando las órdenes:
Olvidamos todo
y sin vergüenza…
fuimos una sola carne.
(Carolina Patiño)

miércoles, 18 de julio de 2007

Culto


El hombre de la barba estaba en todas partes, a pesar de que no se levantaba casi nunca de aquél sofá oscuro y hundido que parecía el sillón marrón de la sala.

Las pocas veces que eso sucedía, sonaban una guitarra, un acordeón o el piano negro de pared, una sucesión de figuras armónicas parecidas a la música oriental china, aunque, casi al final, eran más distinguibles los ritmos y melodías andinos, lastimeros y pendencieros, que orbitaban el tumbado, las paredes y las cortinas amarillentas de tanta nicotina.

Llevaba sembrados sus anteojos sobre la nariz día y noche. Esperaba ver algún día, sobre la pared principal de la biblioteca, un retrato suyo en el cual su barba abundante, matizada con estelas cenicientas, tuviera más vida que las ideas, que yacían detrás de una melena cada vez menos profusa. Ese vértice de su rostro era una señal resignada a ser lecho perenne de los cristales con que miraba la vida.

Tomaba entre sus cuatro más largos dedos de la mano derecha la canastilla de una pipa que siempre apestó a sabiduría enterrada en la hierba vieja de tabaco negro que se incineraba, una y otra vez, en su fondo, vientre de madera. A su lado reposaba el ron, a veces dentro de un vaso, a veces dentro de una botella regordeta que no se parecía al cuerpo de una mujer, como todas las botellas de buen licor, sino que lucía, más bien, como un maremoto cansado, añejo y delirante. El resto carcomía las vísceras enrojecidas de su cuerpo casi obeso, desgarbado en el afán de explicarse los errores crasos de los hombres sin barba que gobernaban los imperios.

Adentro se agitaba un océano de secretos, porque el hombre de la barba era una ballena ermitaña que toda la vida quiso tragarse a sus críos y a sus parejas para sentirlos creación suya. Enamoraba a sus hembras adultas y a las que engendró; las condenaba a la soledad eterna. Pervertía a los machos al hablarles de la perfección divina de la razón, y confundía sus deseos con el amor griego.

Hablaba otro lenguaje y por eso se hizo dueño y dios, sin darse cuenta de en qué momento sucedió su ascensión; porque era un ser incomprensible, un enigma postrado en el miserable trono del mundo que era su sofá. Y, como todo misterio fecunda miedos, y todo miedo hace dioses, se quedó lejos de todos los suyos, retorciéndoles cada recuerdo y cada afán de justicia con su moral extranjera. Todos lo creían cerca, practicaban sus enseñanzas de olvidar lo convenido y recordar lo que no doliera.


El hombre de la barba boscosa empuñaba la verdad en un vaso siempre húmedo de ron, vuelto cetro arbitrario y dominador. Predicó la libertad desde dentro de aquél vaso, donde dejó a todos sus vástagos dormidos bajo efectos sedantes de complejos y grandeza. Predicó la justicia de su barba hasta cuando se fue para quedarse en todas partes, llevándoselos colgados de sus pelos.


(DCB)