LOCOMOTROVA nació como un colectivo de canción de autor o canción poética, en 2002. Pronto sumó a sus voces fundadoras otras, desde diferentes expresiones artísticas. Ha montado acciones de arte en varios escenarios del Ecuador, recitales de canción, de poesía y experimentos poético-musicales. Sus miembros han dado a luz libros, discos y otros productos como registros de sus respectivos proyectos y del grupo.

viernes, 30 de marzo de 2007

EL WASHO

el washo
me recuerda el evangelio
por eso de
"si no os hacéis como niños..."
/y no solo por su tamaño/

yo sé
que el mundo cruel por el que caminamos
no se da abasto para la ternura
y tiene miedo
de llegar tarde
a cualquier parte

pero él trabaja
/entre otros mil oficios/
como ángel de la guarda
de dos pequeños rubios
y de ojazos azules

de repente aparece
alegre
luchador sin cuartel
de todas las batallas de la supervivencia

el washo
canta a veces como una catedral
en medio del silencio
o nos despierta versos ya olvidados

como los sustos o las madrugadas
suele llegar
hay días que temeroso
y en otros atrevido
sin aspavientos
poses de "yo soy..."
y sin formalidades de cartón

apenas
un amigo
/de esos que nunca dejan la memoria/
que tú
que yo
y que todos
quisiéramos tener
alguna vez
L. M.

lunes, 26 de marzo de 2007

Rabo de paja corazón



Quito, 15 de marzo de 2007

Es conocido que algunas lenguas habladas entre los pueblos amazónicos tienen palabras distintas para nombrar cada una de las tonalidades del gran color verde que les rodea, no nuestros limitados verde claro, oscuro, verde botella, verde limón, viejo verde...

Y entre los indígenas orientales no hay dificultad para identificar sin equívocos a las partes de la naturaleza que lucen este color, estos colores.

Y esta convención nos dice dos cosas: primero, que la palabra es capaz de modelar sus significados de acuerdo con la necesidad humana, tanto sensorial como sentimental. Y segundo, que el lenguaje es una clara muestra de cuán abiertos tenemos los ojos del cuerpo y los otros, esos que Washo Flores parece tenerlos, no solo bien abiertos, sino además sin párpados, como para no perderse un segundo de lo que sucede frente a ellos.

En la selva queda aún tiempo para nombrar y distinguir lo que se ve, mientras que los seres urbanos no siempre creemos siquiera que existe la posibilidad de nombrar más allá de lo que ya se ha nombrado. Por suerte quedan algunos extraños duendes que temen ir a dormir por las noches porque saben que corren el riesgo de perderse algo maravilloso que puede pasar durante la vigilia. Al Washo le pasa eso. Hace días juraba que la poesía se le mezclaba con el aire, con una canción de Caetano, con las preguntas de su pequeño hijo, también llamado Caetano, o en una botella de aguardiente.

En una de las tantas noches de bohe-mía, le escuchaba divagar con un apasionamiento que no he visto en otros, y supe que ese instante no podía desvanecerse en el aire como cualquier poesía. Mientras a él se le nublaban los ojos con lágrimas facilitas, empecé a escribir apurado lo que decía. “Esta botella es mi himno, la poesía es mi himno, mi himno son mis hijos, las calles, mi Vallejo...”. Eso decía...

Y así me hacía sospechar que si hay guardianes sucesores de la palabra de la calle, como Héctor Cisneros o ese Vallejito querido, el Washo es uno de ellos, quizás el más consecuente que conozco.

Pero las sospechas se confirmaron cuando terminé de leer Rabo de paja corazón. Entonces supe que el intento de entenderle, de conocerle al Washo, es infructuoso, que hacía falta esperar este retrato suyo y reconocerse en él pero también ver a este trovador vuelto palabra, leerlo y vivirlo.

Este tiene que ser un goce compartido, y lo es desde que Washo Flores empezó a contar que la ternura es una revolucionaria, cuando sus trances develan sus poesías desnudas de cualquier maquillaje, cuando nos recuerda que el lenguaje no se hace en otro lugar que no sean las calles.

Si las calles quiteñas hablaran, dirían lo que dice este libro. Si estamos aquí para conocer algo más de este juglar con el corazón siempre asomado al borde del abismo, hay que abrir las páginas de un poeta de la calle, de este poeta, que nos regala al niño que no quiere dejar de ser, con todo y sus geniales coqueteos al amor, pero a ese amor que parecía haberse quedado en los insomnios y en la soledad más cariñosa.

En fin, quien quiera saber cómo es este ser humano-urbano llamado Washo Flores, quien quiera comprobar que alguien continúa nombrando a los colores de la vida caprichosamente, tiene que aventurarse en el laberinto de estas páginas. Ahí está él, completito.
Diego Cazar Baquero