A modo de presentación del poemario Caleidoscopio
Pese a la juventud del autor, no se refleja ninguna influencia sino climas parecidos a los que imperan en Los cantos de Maldoror y el frío que corre por Poeta en Nueva York y la alta ola de la amargura de Residencia en la Tierra. Pero todo no es tristeza en Caleidoscopio, son varios los poemas que muestran ráfagas de humor y sonrisas.
Los críticos literarios y los lectores de poesía seguro que seguirán la pista de Cazar, uno de los integrantes más notables del grupo Locomotrova.
Rafael Díaz Ycaza
------------------------------------------------------------------------------------------------
Del quehacer y del porvenir en la poesía de Pancho Prado
Ahora que nos hablan del mercado, del desarraigo y la lejanía, ahora que han puesto precio a los sueños que soñamos, ahora que hasta para entregarse a los brazos de lo bello dicen que hay que pedir permiso a la economía, la fuerza de la ternura en la voz del Pancho Prado es un generoso gesto que, en estos tiempos, parecía ya un imposible. Pero, ya se sabe, en lo imposible radica justamente la génesis del arte, y más aún cuando este arte compromete su quehacer con la complicidad de la conciencia y la belleza—lo que, lastimosamente, sigue siendo ajeno e incomprensible para muchos. Y es que escuchar los versos del Pancho, (así, llamándolo por el primer nombre, con esa naturalidad que sólo dan los años de una profunda sencillez), potencia una bifurcación que nos da, al unísono, el esplendor infinito de la música y la reflexión en el acontecer cotidiano. Nos vemos, a través de la palabra del Pancho, como somos y, sobre todo, como debemos ser. Así, la música se transforma en un carruaje que nos lleva al exilio sideral, desde donde es posible contemplar el derredor para luego decir ‘aquí estoy’, para proclamar nuestro lugar en el tiempo y en el espacio y, ante todo, para enunciar la probabilidad de cambio, de transformación, de metamorfosis, que todos llevamos dentro y que temas como Crisálida nos debería recordar.
Se dice que cuando la poesía está tatuada en el alma, como en el caso del Pancho, no hay fingimiento posible, porque no hay tecnología capaz de suplir la fuerza de lo humano que se registra nota a nota, palabra a palabra, en la odisea de éste—nuestro—cantautor. Entonces, a estas alturas, uno ya no se sorprende de encontrar en estas canciones a un ser que se interroga y arriesga su vida en cada línea—algo que ya vimos cuando hace casi veinte años nos estremeció con el ya mítico ¿A dónde vas?, aunque ahora sus interrogantes son aún más aventuradas, sus hallazgos más personales y, por ello, más universales—. Y es, precisamente, este jugarse la vida en cada verso lo que le otorga al Pancho la posibilidad de génesis y, más aún, de resurrección. ¿Cómo, sino, se explican versos como “no olvides cuán importante es un fracaso / para aprender a soñar”, o aquellos otros de “aunque hoy todo el planeta pudiera explotar / y aquella guerra absurda parezca la cosa más normal / … / seguro vendrán días mejores”? De esta manera, en la poesía del Pancho el porvenir, el por-venir, se deja entrever como un acto de fe en el mañana, en el andar e indagar como modo de vida, como postura de vida, que presagia la esperanza depositada en días mejores, que son apenas los primeros frutos de un hombre consciente de su vida y su quehacer y, por ende, de un ser comprometido por hacer de cada canción una rendija hacia el mundo, por la cual ver al poeta tal cual es y, a través suyo, vernos nosotros tal cual somos.
Pero el trabajo del Pancho no sólo se remite al porvenir a través de sus propias apuestas, sino que ve, gracias a la palabra y música de otros, su propia humanidad. Por eso su oído atento prestó atención a un tema de nuestra tradición, Lamparilla, canción que viene a reforzar la idea de que la tradición se hace día a día, y no como un hecho de museo seco, sino como un acto de inclusión de la propia voz en la voz ajena. Comprendió el Pancho hace muchos años que todo gesto de memoria es presente, y por eso su interpretación es, además de un homenaje, una apropiación de un lenguaje que siempre ha estado con él y que siempre lo ha estado alimentando. Y nosotros, gracias al Pancho, somos testigos de una nueva Lamparilla que se inserta de forma aguda en el cosmos y en la propuesta de “Días Mejores”.
Mucho se podría anotar del nuevo regalo que nos hace el Pancho, pero será mejor callar para que sea él quien nos diga lo que tenga que decir, y que sea él quien nos lleve, como Virgilio y Beatriz, por infiernos y cielos. Sábato dijo de Silvio alguna vez que su poesía tenía un valor adquirido cuando la tinta es fiel a la sangre. Hago ahora mías sus palabras, para agradecer al Pancho por jugarse la vida en cada verso, por desenmascararse y desenmascararnos y, sobre todo, por darse en cada palabra tal cual es, con la endereza, franqueza y el amor que sólo aquellos que han visto lo imposible en medio de tanta muerte pueden…
David G. Barreto
Ann Arbor, Michigan, octubre de 2005
------------------------------------------------------------------------------------------------
Miradas sobre la poesía joven en un libro
Enero 14, 2006
Javier Ponce,
para EL UNIVERSO
Son 40 poetas cuyas edades fluctúan entre los 18 y los 32 años. Vienen desde muy distintas vertientes, aunque parecen confluir en torno a tres propuestas dominantes: el irónico –a veces ácido– comentario sobre la vivencia urbana, la emergencia erótica que a pesar de todo su vértigo se resuelve en el terreno de la poesía y algunas referencias culturales muy diversas que pueden ir desde evocaciones de Homero hasta figuras de la literatura latinoamericana.La mayoría de estos poetas vienen de dos movimientos literarios muy activos: Buseta de Papel, en Guayaquil, y Fe de Erratas, en Quito, a más del taller de la Universidad de Cuenca. Casi todos aparecen vinculados a grupos literarios nacionales o latinoamericanos, participando en convocatorias y certámenes, con alguna publicación que ya circula pero en su gran mayoría preparando sus primeros libros, en el marco de una proliferación de pequeñas editoriales locales dedicadas a la difusión, particularmente de la poesía.No tendría sentido caer en una enumeración injusta de algunos de los nombres.Como en toda antología, estas Memorias del I Festival de Poesía Joven Hugo Mayo tienen desequilibrios. Es posible encontrar versos de escritores bordeando o sobre los 30 años, muy limitados en sus hallazgos; como también momentos intensos en los más jóvenes.Los primeros, los que se acercan a la treintena, dan fe de una poesía que reposa sobre conceptos en torno a la misma escritura o sobre lecturas asumidas y evocaciones eróticas con una cierta lejanía, unos pocos con niveles de madurez; entre tanto, los que están entre los 18 y los 23 años se columpian entre angustiados rechazos a la sociedad y al encierro espiritual en el que crecieron, y alusiones, a veces descarnadas o violentas, a la vivencia sexual. Talvez es posible encontrar entre estos jóvenes la mayor cantera poética.Los estilos van desde el intento del haiku hasta el poema en prosa, pero domina la presencia de la frase coloquial, del diálogo con Otro, que es, con frecuencia, el diálogo consigo mismo, la soledad de la creación. Una soledad que busca ser contrarrestada con la animación de encuentros y colectivos de creadores como Buseta de Papel, Fe de Erratas, Locomotrova y otros.Este primer festival Hugo Mayo se realizó en Guayaquil el año pasado y sus memorias se presentaron el miércoles 11 de enero. El festival y la publicación posterior fueron productos de Buseta de Papel, grupo que en menos de dos años ha realizado decenas de encuentros, recitales y diálogos en torno a la poesía.
Jóvenes poetas ecuatorianos: en busca de un nuevo compromiso literario
Luego de un largo silencio de más de veinticinco años, aparece en Ecuador un grupo de poetas nacidos hacia los años 80: Rodríguez, Méndez, Cazar, Avecillas, Chávez, Escobar, Du Lac, Jurado, Cuzme, Maridueña, Martínez, Lasso, Osinaga, Patiño, entre otros. Antes de esta nueva generación, lastimosamente, tenemos solamente lo hecho en los años 80 y 90, lo cual, a excepción de la poesía de Pedro Gil, resultó en un salto hacia atrás, debido en gran parte a la preferencia por un vocabulario supuestamente universalista que en realidad resultó ser confuso y poco imaginativo. Los nuevos poetas, en cambio, testimonian de manera sincera lo que sienten y piensan, y ven en la poesía un fin expresivo, no un medio de reconocimiento social. Su percepción del nuevo milenio está marcada por la computación y las nuevas formas de comunicación, el estatus del lenguaje poético, la diversidad cultural y el no siempre grato mundo intelectual. Al mismo tiempo, nos hablan de temas ya convencionales, como el sentido de la vida, el amor, la herencia literaria, la fugacidad del instante. Esta nueva generación retoma, en sus propios términos, el camino labrado por Jorge Enrique Adoum, David Lesdesma, Carlos Eduardo Jaramillo, Fernando Cazón, Antonio Preciado, Agustín Vulgarín, Efraín Jara Idrovo, Fernando Nieto y Euler Granda; camino que en su hora les sirvió también a Fernando Balseca, Jorge Martillo, Maritza Cino, Edwin Madrid y Eduardo Morán.
La literatura ecuatoriana, así como otras de América Latina, ha encontrado en los grupos literarios y las revistas los medios de expresión y debates de sus ideas. Muchas veces, estos han marcado el rumbo de lo que devendría en un membrete generacional. Cabe recordar la famosa Generación del 30, con su clara opción por el proyecto socialista y, en términos literarios, por la inclusión de obreros, campesinos y personajes de clase media, y el uso de un lenguaje a veces regional y crudo, aunque también con visos de lo que luego será llamado “realismo mágico”. Entre sus miembros más destacados encontramos a José de la Cuadra, Demetrio Aguilera Malta, Enrique Gil Gilbert, Gallegos Lara y Alfredo Pareja Diezcanseco. A otro nivel, Pablo Palacio, Jorge Icaza y Adalberto Ortiz. Luego de esta generación se experimentará un vacío en el panorama literario, el mismo que sólo veinte y treinta años después tratará de ser llenado con la aparición de grupos (Elan en Cuenca; Madrugada de Guayaquil) y con voces más individuales, de las cuales quizá las más conocidas sean hoy las de Jorge Enrique Adoum, Carlos Eduardo Jaramillo, Efraín Jara Idrovo y Miguel Donoso Pareja.
Pero habría que esperar los años 70 para encontrar a la nueva generación aglutinándose otra vez bajo la bandera del socialismo latinoamericanista, de la escritura de compromiso social, del proceso de la Revolución Cubana y de la lucha anti-dictatorial y anti-militar, pues Ecuador vivió bajo estos regimens, de manera a veces interrumpida, las décadas del 60 y 70.. Así aparecen, La Bufanda del Sol en Quito y el Grupo Sicoseo en Guayaquil. Además, Tientos y Diferencias y Esferaimagen, entre los principales. De estos formarán partes nuevos escritores como Eliécer Cárdenas, Iván Eguez, Javier Ponce, Jorge Velasco Mackenzie, Abdón Ubidia, Raúl Pérez, Fernando Nieto Cadena, Huilo Ruales, Esteban Michelena, Jorge Martillo Monserrate, Fernando Balseca, Edwin Madrid, entre otros. Hacia principios de los 80, los grupos se habrán desintegrado y cada participante tomará su rumbo, el mismo que a veces estará marcado por la diletancia tanto individual como grupal, pues el contexto en el cual aparecieron había cambiado notablemente: en el plano nacional se había pasado a un régimen democrático, y en el plano internacional se viviría el fin del llamado bloque socialista europeo. En los 80, tanto la poesía como la prosa van a registrar algunos aciertos, pero también un estancamiento expresivo. Habrá que esperar el inicio del nuevo milenio para que la nueva generación retome el legado cultural de sus antecesores y debata sobre las condiciones sociales y políticas y los principios que van a determinarlos.
De esta manera, vemos un resurgimiento e innovación de la literatura ecuatoriana a manos de una nueva generación que busca establecer su propio discurso en la escena nacional, fuera de los encasillamientos y disputas que caracterizaron la historia literaria ecuatoriana, empresa no siempre fácil, vale añadir. Así, a más de muchos escritores jóvenes sin filiación grupal, encontramos grupos nuevos, como Buseta de Papel en Guayaquil y Machete Rabioso, Fe de erratas y Locomotrova en Quito, La esponja y La pileta en Cuenca, alrededor de los cuales se concentran decenas de jóvenes que, a la par que leen, escriben, publican, y concursan en certámenes literarios, intercambian ágilmente información con otros grupos nacionales e internacionales. Se caracterizan también por un ágil fomento de actividades culturales, cosa inédita en la historia nacional, al menos en cuanto a la calidad e intensidad de las mismas, y por el rápido acceso a la era de la computación. Sus trabajos, como se apreciará más adelante, cuestionan la vida y el arte, pero con mayor desenfado y seguridad. Tienen un punto de vista político progresista y muchas veces un tono de rebeldía pero, al mismo tiempo, dan cabida a formas discursivas generalmente consideradas como “extranjeras” o “baja cultura” por el dogmatismo, como la música punk, la picaresca, el juego de palabras, cuestionamientos a las sexualidades hegemónicas, entre otros.
Como toda generación, la actual se está haciendo, y sólo el tiempo dará el veredicto final sobre sus bondades y logros. Sin embargo, provoca entusiasmo compartir con ellos en el presente el proceso de fundar sus voces sobre el diferente posicionamiento que demanda de ellos la sociedad actual.
Fernando Itúrburu
Associate Professor
Foreign Languages and Literature
State University of New York en Plattsburgh, NY
------------------------------------------------------------------------------------------------
Associate Professor
Foreign Languages and Literature
State University of New York en Plattsburgh, NY
------------------------------------------------------------------------------------------------
Contraportada de Telarañas las pupilas, por Hugo Idrovo
No será fácil que me olvide cómo conocí a Diego Cazar. Fue en un bar que se partía con una banda de rock en la que él era su atrayente voz principal.
Años más tarde, seguimos compartiendo abrazos y guitarras; su talante se mantiene entusiasta y generoso cuando de canto y lírica se trata. Y es esta última afirmación de sus sentires lo que hoy aprieta más aún los nudos de amistad que a él me ligan, convirtiéndolos en abierta admiración.
El medio centenar de trovas que el lector aquí tiene en sus manos –y que Diego divide en penetrante trilogía– tienen la fuerza de asegurarnos una segunda y más degustaciones. Unas son dibujos de sonidos en la más pura palabra del sentido; musicales provocaciones dirigidas a nosotros: ubres de las urbes. Otras serán versos concebidos como verdaderos cantos al amor entre galas a la poesía primitiva.
La letra de Diego es conspiradora, coloquial y cotidiana o bien, una subversiva convocatoria vestida con una fina levita color de antipoema. Los sastres negligentes nunca llegan al extremo de enredar su lengua con la crueldad de la gente, pues cohibido el bosque púbico todo es más púdico.
Así que no se diga más, aquí dentro ya todo está escrito. Y será muy difícil que lo olvide.
Hugo Idrovo
No hay comentarios.:
Publicar un comentario